Cuando empecé a concebir este espectáculo, hace ya más de dos años, pensaba desde mi ingenuidad, que me sería fácil encontrar un teatro de los convencionales que me programara (estaba mal acostumbrada a trabajar como actriz contratada en grandes producciones que exhiben sus espectáculos en teatros "importantes" y empecé a buscar por ahí). Ya entonces llamé a Juan Gómez Cornejo para que hiciera el diseño de luces. Él vino al primer pase que hice para programadores para dar a conocer el espectáculo. No tuve suerte con respecto a los programadores: sólo vino uno de los que invité y no le interesó para su teatro. Lo que sí pasó es que la sala El Montacargas, espacio que alquilé para mostrar el espectáculo, sí se interesó: me ofreció tres fines de semana. Yo había imaginado otro espacio con más medios técnicos que nos permitiera hacer ese diseño de luces soñado. Viendo el panorama sopesé y acepté el ofrecimiento de Montacargas, lo cual fue un acierto, porque el espectáculo empezó a funcionar de maravilla y lo mantuvimos durante meses con muchos días de "aforo completo". Esto fue el germen de que hoy siga vivo. Estoy muy agradecida a esta sala que se prestó a prorrogarnos una y otra vez. Pero tuvimos que renunciar al diseño de luces. Aún así Juan me echó un cable aconsejándome que filtros podía poner para crear una atmósfera cálida y agradable manteniendo una luz casi plana y sin efectos. Quedamos entonces, para dejarlo un poco suspendido en el aire, que si un día el espectáculo se programaba en un teatro "con medios", él haría el diseño de luces. No sabíamos entonces que efectivamente ese momento iba a llegar. Así que, aquí, en la Princesa, se cierra sobre nosotros un círculo luminoso.
