¡Pues me ha llegado un mensaje desde Alemania!: hasta allí ha llegado un ejemplar del librito de protAgonizo y Miguel, al que no conocía, me ha escrito con sus impresiones después de leerlo. Es curioso, ¿no? Lo que nos cuesta mirarnos, no digo ya sonreírnos, al cruzarnos en la calle o en el vagón del metro y sin embargo, con tantos kilómetros de por medio y sin conocernos de nada, a partir de algo como, por ejemplo, lo que un día escribiste sin ninguna pretensión en un papel, lo fácil que resulta saludarse y hablar como si fuéramos viejos amigos. Tenemos mucho más de común de lo que creemos. Es bonito descubrirlo. Nos contaban que botellas con mensajes remotos a veces cruzaban el océano para simplemente decir "¡hola, estoy aquí!" a un desconocido. ¿Quién no ha soñado con recoger una de esas botellas en la orilla de una playa? Pareciera que en la distancia y en lo desconocido es más fácil reconocerse, mirarse, encontrarse, sentirse. Por qué será que con lo cercano ocurre casi siempre lo contrario y que las cosas que tenemos delante de nuestras propias narices no somos capaces de apreciarlas o sentirlas.
sábado, 17 de abril de 2010
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