
Me entregué al relajante baño de sal, flotando cual tronco de madera, sin peso ninguno: ¡qué maravilla!. Alguien desconocido me agarró por los tobillos y me condujo sin tiempo por los caminos del olvido, no me resistí, dejé que me dieran todo lo que me querían dar. Me ayudé con lo de "Tanta generosidad es dar como saber recibir", y lo permití, hasta el final, hasta que me perdí. Hoy he aprendido a recibir (por unos instantes al menos). Seguro que esto en el teatro también tiene que funcionar: ¡Hacerse el tronco en escena!